LA IGLESIA ES SER COMUNIDAD, PUEBLO DE DIOS (Parte I)

Pueblo-de-Dios
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Iniciamos con este título una serie de artículos de formación que profundizarán diversos aspectos de la vivencia cristiana de ser Iglesia y su sentido comunitario, aquí y ahora, desde una mirada de fe y práctica actualizada a la realidad de este siglo XXI.

1. Toda la Iglesia, y con mayor razón la que peregrina en Latinoamérica y el Caribe, está llamada a una renovación constante. A que en ella se den nuevos impulsos de vida, al decir de los obispos latinoamericanos reunidos en Aparecida, Brasil en 2007. Muchas veces, como lo esta impulsando el Papa Francisco en el camino sinodal de transitar y discernir juntos, significará crear y recrear cosas nuevas, estructuras nuevas, ministerios nuevos, escuchando al pueblo de Dios y este participando activamente, en su corresponsabilidad de bautizados. En otros casos se ha de volver a aquellas notas tan propias de ella y que son tan antiguas como el Evangelio, y como el Evangelio, nuevas.

2. En las jornadas de formación (“Caminemos, juntos nos formamos”) que se están realizando este año con el tema de Iglesia (eclesiología I y II) hemos compartido que la Iglesia, en su caminar, siempre experimenta la presencia cercana de su Señor, el cual por medio de su Espíritu le inspira la audacia y el camino a seguir  en cada momento, para que así ella pueda ser ese lugar de verdad y de amor fraterno, de relaciones auténticas, de participación, de libertad, de justicia y de paz, en donde todos encuentren un motivo para seguir esperando (¡vaya que tarea nos encomienda el Espíritu!). Asimismo, que  lo propio de la Iglesia es ser Comunidad, pueblo de Dios, pueblo convocado.  A formar parte de este Pueblo están llamados todos los hombres y mujeres, de cualquier clase y condición, de toda raza y lengua. La vivencia comunitaria es algo que cada cristiano está llamado a experimentar, a vivenciar fuertemente, con espíritu fraterno, alegre y acogedor.

3. Los obispos chilenos el 2011 ya nos invitaban a través de las “ORIENTACIONES PARA LA FORMACIÓN Y ANIMACIÓN DE COMUNIDADES CRISTIANAS DE BASE” a:

“… que la Iglesia a lo largo de toda su historia ha querido ser fiel a esta característica propia de su ser y ha cuidado la vida comunitaria”. Asimismo, ya en aquel tiempo constataban que, “la globalización nos permite estar más conectados, pero, descubrimos que no necesariamente estamos más unidos. Ante esta realidad, que va en desmedro de la persona, la Iglesia continúa proponiendo la vivencia comunitaria como una instancia de crecimiento, formación y compromiso para todo cristiano y todo ser humano”. Como ven, continuamos en la misma senda, una y otra vez, con esta gran riqueza que tenemos como Iglesia.

4. Frente al debilitamiento de la fe, a la indiferencia, al sin sentido, a la desesperanza, al individualismo imperante, al envejecimiento de muchas de nuestras comunidades, a la casi nula participación de los jóvenes, a los pocos ministros ordenados para acompañar al Pueblo de Dios, la escasez de vocaciones… tenemos grandes desafíos. Y el primero es volver a poner a Cristo en el centro. Recomenzar todo desde Cristo. (DAP 549)

Desde la contemplación de quien nos ha revelado en su misterio la plenitud del cumplimiento de la vocación humana y de su sentido. Cristo nos invita a ser discípulos/as dóciles, para aprender de Él, en su seguimiento, la dignidad y plenitud de la vida. Este llamado a ser discípulos/as de Cristo nos impulsará a convertir nuestras vidas y por ello a dar testimonio de Dios a nuestro alrededor. Podemos tener buenos proyectos y orientaciones pastorales, una buena organización al interior de nuestras comunidades, pero si no volvemos a lo central del Evangelio, a la experiencia profunda de la oración personal y comunitaria para encontrarnos con el Señor y Maestro, a dejarnos conducir por su Espíritu en el silencio del discernimiento común, podemos caer en un activismo estéril confiado a nuestros esfuerzos humanos que nos lleva a la frustración y abandono del proyecto vital de Jesús.

5. Será la experiencia del amor de Dios, expresado en el corazón de su hijo Jesús y en el corazón de su madre María, la que llenará los corazones de alegría y que despertará el deseo de compartirla. “La alegría del discípulo/a es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (DAP 29), dirán los obispos latinoamericanos en el Documento  de Aparecida en Brasil, cuando participaron en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe  el 2007.

6. Así entonces, al hacer memoria de estos llamados releyendo estos documentos, nuestras Comunidades serán un lugar de encuentro con Jesucristo que pone en movimiento el deseo de encontrarse con otros y compartir lo vivido, como una manera de darse una respuesta. Se trata de una afirmación de la libertad personal y, por ello, de la necesidad de cuestionarse en profundidad las propias convicciones y opciones. Es la alegría de compartir el Evangelio participando y formando parte de una comunidad.

Ricardo Gómez – Secretario Pastoral – Iglesia de Aysén