LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS Y DE LOS DIFUNTOS

Cementerio Coyhaique 1
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Una imagen de la Iglesia – 1 y 2 de noviembre 2024.

Hay fechas que quedan marcadas en el corazón. Una de ellas es el primero de noviembre, día en que se recuerdan y honran los seres queridos que han partido a la “Casa del Padre”.

En realidad, en la fiesta del primero de noviembre se hace memoria de todas aquellas hijas e hijos de Dios que vivieron la fe, la esperanza y la caridad siguiendo el ejemplo de Jesús y que practicaron en modo destacado las Bienaventuranzas descritas en el Sermón de la Montaña.

Al día siguiente, el dos de noviembre, se recuerda a todos los difuntos, aunque en la práctica no se hace esta distinción cuando se visitan los cementerios, adornan las tumbas y se hace oración.

¿Cómo se llegó a esta fiesta?

En la comunidad creyente maduró la necesidad de recordar algunos cristianos y cristianas: en una primera etapa se celebraron los que habían testimoniado el amor a Cristo hasta entregar la vida en el martirio.

Sucesivamente se llegó a conmemorar en cada día del año a mujeres y hombres que han testimoniado en su vida la fe en Cristo como: Magdalena y Juan, Chiara y Francisco, Rosa de Lima y Juan de Porres, Teresa de los Andes y Alberto Hurtado, Carlos Acutis y Laura Vicuña…

Como Iglesia sabemos bien que hubo y hay muchos más, por eso se celebran comunitariamente en la fecha del primero de noviembre.

Es importante destacar que los santos y santas son como pasarelas que nos comunican con Dios; de no ser así, al colocarlos en el lugar del Señor, se convierten en ídolos.

La Iglesia, nos invita a recordar también los parientes y familiares difuntos, las amistades y los conocidos: a cultivar el recuerdo de quienes han sido parte de nuestra vida, que han compartido, poco o mucho, nuestro horizonte afectivo.

¿Qué nos enseña esta doble fiesta?

Nos ayuda a entender la Iglesia: que nuestra pequeña comunidad es parte de una gran comunidad.

Que esta gran familia se extiende en el tiempo, abrazando en el amor de Cristo nuestros antepasados, nosotros y también aquellos que vendrán.

Tenemos la firme creencia que, en el fluir de la vida, la muerte es una puerta que se abre a un futuro personal y comunitario. Que hacer memoria de los difuntos nos ayuda a vivir aquí en la tierra.

Así como vivimos en relación con los demás en la familia y la vecindad, también participamos de una comunidad donde la luz nos llega de la Resurrección de Cristo que ilumina su muerte y la nuestra, y es por medio del recuerdo que se hace oración, los “acompañamos” en el tramo de su recorrido hacia la felicidad plena.

Además, nuestra fiesta se relaciona con la de la Asunción de María celebrada el quince de agosto, porque como María vive en Dios, con todo su ser (espíritu, alma y cuerpo) así recibiremos la vida cuál don de Dios, en el día de la plenitud de los tiempos.

Los difuntos nos preceden, seguimos amándolos, visitando las tumbas donde solo honramos restos mortales, sin embargo, con la oración personal y sobre todo en la Eucaristía los amamos en Cristo Muerto y Resucitado.

La santidad, es decir la vida que refleja el amor de Dios en Cristo no solo brilla en personas que sobresalen en el seguimiento del Maestro, sino también en las personas “normales” que se aman en los claroscuros de la vida. Es la proximidad de la vecina del barrio, el colega de trabajo, la amiga del colegio, el o la que encontramos en el asiento de un colectivo, en la caja del supermercado.

Te invitamos a vivir este noviembre como parte del pueblo de Dios que camina, en diferentes etapas de la vida, acompañado por el Espíritu.

Por último, los días de todos los Santos y los difuntos nos invitan a tomar conciencia de lo que es la Iglesia: nuestro hogar, nuestra familia grande.

¡Levantemos la mirada hacia el amplio horizonte de la vida!

¡Buena Celebración! 

¡Feliz Fiesta de todos los Santos y Difuntos!

Plácido Ferracini – encargado vicarial de formación