ADVIENTO: ESA EXTRAÑA AVENTURA DE LA ESPERANZA

Adviento 2024
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Walter Brueggemann, uno de los teólogos más reconocidos de la iglesia cristiana, definía la vida de fe como una “jornada con Dios” caracterizada por tres movimientos básicos: orientarse, desorientarse y ser sorpresivamente orientado, y Adviento es un tiempo de nuestra vida de fe que nos propicia el transitar esta jornada.

El camino de Adviento está marcado por dos grandes misterios: el de la entrega y el de la acogida, y ambos son como los anillos de un mismo planeta de cuya relación dinámica dependen su energía, existencia y equilibrio. Entregar y recibir, dejar ir y acoger, asir y desasir: así se vive esta travesía del Espíritu. Imaginemos un pastor de ovejas que quiere emprender un viaje a través del desierto en busca de una nueva tierra próspera donde habitar. Si no deja ir las ovejas y se desprende de ellas, probablemente su travesía se volverá fatigosa en extremo, dolorosa e inútil y finalmente le lucirá como un gran absurdo. Así sucede cuando intentamos avanzar hacia una nueva etapa de la vida en el Espíritu: cargando con todos aquellos temores, frustraciones y actitudes negativas de las que comúnmente nos hemos rodeado, y apegándonos a todos los logros, victorias y actitudes placenteras que hemos alimentado, convertiremos el avanzar en un esfuerzo ¡tan trabajoso! que la esperanza de lo nuevo llegará a parecernos una locura, una mera utopía o hasta una mentira o un fracaso. Imaginemos que este mismo pastor, ya sin ovejas, se decide con fuerza y entusiasmo a emprender el camino para el que Dios le ha “alumbrado el próximo paso”, pero lleva su morral lleno de herramientas y armas con las que fue enseñado a garantizar su seguridad y defenderse en su antigua tierra. ¿Dónde podrá guardar lo que encuentre? ¿Cómo podrá recolectar nuevos tesoros? ¿Cómo reconocerá lo que le es realmente imprescindible y necesario para avanzar ahora? Un camino de fe se emprende sabiendo que Dios proveerá de todo lo nuevo y bueno que se va a necesitar y esto acontecerá, sin dudas, al muchacho; pero él no podrá acoger y llevar estos nuevos regalos de ahora consigo, por una sola razón: porque no les ha hecho espacio, sitio.

Orientar y desorientar

Para orientarnos hacia el lugar de un nuevo nacimiento es preciso desorientar nuestras ideas y deseos preconcebidos sobre lo que contaría en nuestras vidas como “el bien” y “la salvación”. Muchas voces nos rodean que pretenden señalarnos el lugar de lo bueno, y donde se encuentra lo que de verdad es “vida”. Adviento es el momento (y el tiempo) en que callamos estas voces del diario vivir para escuchar la del Espíritu Santo, eterno dador del Bien. Sólo así, perdiendo de vista nuestra visión aprendida y condicionada por fuerzas externas, podremos validar esa tremenda fuerza interna que nadie desposee: la Fuerza del Espíritu. Solo perdiendo el horizonte de lo que se nos señala como nuestra “tierra prometida” lograremos ser devueltos al cauce de nuestra vida plena, siendo sorpresivamente orientados por la voluntad de Dios. Adviento nos invita a emprender la nueva caminada con Dios que también nacerá de nuevo. Esa “nueva jornada con Dios” es una travesía ligera. No mucho se requiere, más allá de amar y creer en este intento. Como Thomas Merton nos advierte: “Lo que necesitamos por encima de todo en este viaje en la noche, es una confianza inquebrantable en la guía de Dios, así como también la voluntad de arriesgarlo todo por Él”. O como canta el trovador cubano Silvio Rodríguez:” Debes amar el tiempo de los intentos. Debes amar la hora que nunca brilla. Y si no, no pretendas tocar lo cierto: Sólo el Amor engendra la maravilla, sólo el Amor consigue encender lo muerto.”

La ciudad futura

La mirada en la meta y las manos en el camino: así es el Adviento. Nos invita a mirar lejos para soñar junto con Dios, mientras vamos haciendo el camino, el mundo nuevo, la nueva criatura, la mesa para todos. Y al mismo tiempo nos alerta a vivir preparados, vigilantes, activos, obreros permanentes de la ciudad futura. 

Entrar en el Adviento es asomarse al futuro que Dios nos regala, es sentir que hasta el más mínimo esfuerzo por la paz y la justicia cambia el mundo. Somos todos llamados y llamadas a soñar y a vivir un mundo nuevo, un mundo grande. Entonces será un gran Adviento.

Tan grande como ese niño que va creciendo en el vientre de María y que esperamos ver nacer en un establo, en la periferia del mundo, de la historia y de la existencia. Y que lo celebramos como un gran acontecimiento en NocheBuena-Navidad.

Dice el Papa Francisco:

«Una auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista— siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien “el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política”, la Iglesia “no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”. Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor» (Evangelii gaudium 183).

Por todo ello, Niño-Dios,

queremos acercarnos a ti con toda confianza.

Con el corazón lleno de fe en este camino de esperanza.

Tú nos comprendes.

Eres nuestro compañero de camino.

Ayúdanos a luchar por un mundo más digno de personas humanas.

Queremos soñar que el amor es posible y no una utopía,

para que podamos vivir como hijos de Dios.

Danos tu mano.

Entra en nuestras familias y en nuestras poblaciones.

Ayúdanos a organizarnos,

de modo que podamos vivir como hermanos.

Hermanos tuyos; hermanos de todos.

Hijos todos de un mismo Padre. Amén

Ricardo Gómez – secretario pastoral de la Iglesia de Aysén