LA LITURGIA DE LA SEMANA SANTA, LA “GRAN SEMANA”

Liturgia en SS 2025
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Todo el año litúrgico celebramos un único gran acontecimiento: la Pascua del Señor Jesús, su muerte y resurrección, su presencia liberadora hoy en nuestra historia y en nuestras comunidades.

El domingo es el ritmo más importante del año litúrgico. Cada domingo es Pascua. Pero una vez al año, precedida por un tiempo de preparación que llamamos Cuaresma, celebramos la Pascua recordando los días del año en los que Jesucristo vivió sus momentos cruciales.

La Semana Santa es la más densa del año litúrgico para los cristianos. En las iglesias orientales se la llama “Gran Semana”. Inaugurada por el domingo de Ramos, trascurre sin especial relieve hasta la Misa Crismal, en la que el obispo celebra con sus sacerdotes, quienes renuevan sus promesas sacerdotales. Allí el obispo bendice los óleos para los sacramentos.

El jueves santo en la tarde comienzan los tres días más importantes del año litúrgico: el Triduo Pascual.

Las tres liturgias centrales del Triduo Pascual son: la Cena del Señor (jueves), la Liturgia de la Pasión (viernes) y la Vigilia Pascual (sábado a domingo). Desde el final de la Cena del Señor, cuando se guarda el pan consagrado para la Liturgia de la Pasión (único día del año en el que no se celebra la eucaristía, hasta la vigilia pascual), se vive un clima de adoración, de oración personal y silencio, que sólo termina con la Vigilia pascual de la resurrección.

Desde los primeros tiempos los cristianos han ayunado, como signo visible de que Dios es el único absoluto de nuestra vida, el viernes y el sábado hasta la vigilia pascual.

¿CÓMO VIVIR HOY SEMANA SANTA?: UNA PROPUESTA

El centro de la Semana Santa es Jesucristo. Su vida y las consecuencias de la misma. Sería una lástima que sobre los dichos y hechos de Jesús no se profundice suficientemente en las celebraciones de esta semana mayor. Se podría decir que para esto es el tiempo de cuaresma y por eso ya llegamos directo a la última cena, a la muerte y a la resurrección del Señor. Pero, aunque en los domingos de Cuaresma las lecturas nos pueden ofrecer oportunidad para ello, no me parece que tengamos la costumbre de relacionarlo competentemente para que entendamos qué fue lo que hizo Jesús para que lo asesinaran las autoridades civiles y religiosas de su tiempo. Precisamente porque no sabemos mantener la continuidad entre la predicación del reino y su asesinato como consecuencia de esta, tal vez nos dolimos el viernes santo y nos alegramos el domingo de resurrección, pero seguimos en la semana de pascua, sin el impulso suficiente para seguir comprometidos con hacer posible el reino de Dios entre nosotros.

Lo que entró en crisis eran dos imágenes de Dios: la del reino que incluye a todos, comenzando por los últimos y la del dios acomodado a los intereses de los más fuertes, incluidos los de estamentos religiosos que se creen más cerca de Dios. Esto es importante tenerlo en cuenta para dejarnos interpelar en estas celebraciones que se avecinan. Lo mismo podríamos decir de la última cena. No es una cena festiva en el sentido de cantos, jolgorios y comida en abundancia. Es una cena testamentaria, es decir, de aquel que intuye que lo van a matar y quiere insistirle, una vez más a los suyos, cuál es el mensaje y la praxis que les encomienda. Aquí lo central es el gesto. Juan lo relata como lavatorio de los pies. Él, el maestro, se pone a lavar los pies de los discípulos a ver si logran comprender que el reino de Dios consiste en esa difícil pero apasionante tarea de lavarnos los pies unos a otros y, especialmente, hacerlo con los más necesitados, con los últimos de cada tiempo presente. Es el gran mandamiento del amor, en palabras y obras.

Los otros evangelistas nos relatan la llamada institución de la eucaristía en el que el pan es el símbolo de una vida que se parte y se reparte para hacer posible la fraternidad/sororidad, como signo inequívoco del reino. Y en estos textos el testamento se explicita nuevamente: “Hagan esto en memoria mía”. Es decir, cada vez que coman el pan y beban el vino, comprométanse con hacer posible el reino, aunque esto llegue a costarles la propia vida. En ese pan, en ese vino estoy presente misteriosamente para que ustedes continúen la tarea. De ahí sacarán las fuerzas, la mística, la convicción hasta dar la vida si fuese necesario.

Ahora bien, cuando esto lo contextualizamos en nuestro momento presente, adquiere la densidad histórica que la conmemoración de la Semana Santa implica. Si no lo hacemos, serán ritos vacíos que no agradan a Dios. Muchas realidades de nuestro mundo contradicen el reino de Dios. La injusticia estructural de nuestros pueblos clama al cielo pidiendo una verdadera transformación del modelo político y económico que no garantiza la vida de las mayorías. Y junto a esto, no es menos importante el cuidado de la creación y la decisión definitiva de parar la explotación irracional de los recursos naturales. Y tantas otras cuestiones sociales que no son ajenas a la fe sino, precisamente, los lugares donde esta se vive y se realiza. Cada uno podrá nombrar las que vea más urgentes pero lo que es indispensable, es que la Semana Santa nos deje con dolor de patria o con dolor de mundo y con fuerzas para seguir buscando salidas a todas las injusticias de nuestro tiempo, para que en verdad exprese nuestra fe en el Jesús del reino, en el compromiso con su causa, en el seguimiento fiel a su llamada.

Solo entonces, el domingo de resurrección será una celebración del triunfo de la vida sobre la muerte, de la justicia sobre la injusticia, de la fe viva sobre los ritos vacíos. La resurrección de Jesús nos rememora que ahora es el Espíritu de Jesús el que, a través de cada uno de nosotros, sigue actuando para hacer posible el sueño de Dios sobre la humanidad: una gran familia donde no hay superiores, ni señores, ni amos, ni opresores, ni nadie que este por encima de los otros, sino hermanos y hermanas que se lavan los pies unos a otros porque escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Solo entonces podremos decir ¿Oh muerte dónde está tu victoria? Y como nos alienta el Papa Francisco para este año Santo Jubilar, mantener viva la esperanza, porque la esperanza no defrauda.

Ricardo Gómez – secretario pastoral