Desde el 8 de noviembre hasta el 8 de diciembre, la Iglesia Católica en Chile celebra el tradicional mes de María.
Es una gran tradición en muchos pueblos y particularmente en nuestro Vicariato Apostólico de Aysén. Pues solemos venerar a la virgen María como “Santa María de la Patagonia” y en Magallanes como “Virgen de la Patagonia”. Así la madre de Jesús es muy invocada y venerada en el muy extenso y bellísimo paisaje de la Patagonia, coincidiendo el mes de María con toda la exuberancia de la primavera, lo que ayuda a sostener y adornar nuestra devoción.
Más allá de las conocidas y populares celebraciones y oraciones, como el rosario y las invocaciones de “Ave María Purísima” con su “sin pecado concebida”, quisiera profundizar en la hermosa descripción que nos hace el evangelista Lucas con la escena de la anunciación. Es el evangelio que se leerá el domingo 8 de diciembre para celebrar a la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
“La Anunciación”
Durante casi dos mil años se ha interpretado ese hermoso relato al pie de la letra. Como todos los relatos de la infancia de Jesús, no se trata de una crónica de sucesos sino de una teología narrativa con muy hondo contenido. Por cierto, la piedad popular y el arte cristiano han hecho de esta escena hermosos cuadros, íconos del cristianismo y de la devoción a María, todo lo cual puede dificultar el real mensaje de su autor. Lucas está usando un género literario mítico, propio de su cultura y de las culturas del entorno. Mítico no quiere decir inventado. Tenemos que hacer el esfuerzo de descubrir cuál es su significado profundo para el ser humano. La mirada no debe quedar en la descripción de las imágenes que se sugieren sino dirigirse hacia el misterio que pretenden señalar. Es como en el conocido dicho: no se trata de fijarse en el dedo del sabio que indica la luna, más bien seguir la dirección que indica para descubrir el objeto.
Lo que Lucas propone es una teología narrativa de la encarnación, entendida con conceptos e imágenes del Antiguo Testamento y de la cultura del entorno de aquel entonces. Es lo que podían entender e interpretar bien los primeros cristianos. Elaboraciones teológicas posteriores, como la doctrina del pecado original de san Agustín con sus consecuencias en la concepción inmaculada de María “sin pecado concebida”, formuladas desde una lectura literal de la desobediencia y expulsión del paraíso de Adán y Eva, además de traumas y malos pasos de su juventud licenciosa, vinieron a marcar su teología, transmitiendo así un cierto desprecio por la sexualidad que se arrastra hasta nuestros días. Si a lo anterior agregamos una imposible interpretación biológica de la escena de la anunciación, nos habremos desviado por caminos que nos alejan cada vez más del gran y fundamental misterio de la encarnación.
Nos dicen los entendidos que, para su relato de la encarnación, Lucas toma como modelo la creación de Adán, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Para dar a conocer a los primeros cristianos que Dios está en Jesús, y en este sentido es ‘Hijo de Dios’, no puede pasar por la idea de la concepción humana normal. Con la concepción y el nacimiento de Jesús adviene una nueva humanidad y un nuevo pueblo de Dios cuyo génesis y evolución el autor del tercer evangelio describirá magistralmente en sus “Hechos de los Apóstoles”.
Veamos de más cerca algunas expresiones del texto de la anunciación a María. El mensajero divino ‘Gabriel’, en hebreo ‘enviado de Dios’, va a una provincia despreciada por su cercanía con los pueblos paganos, Galilea, y a un villorrio llamado Nazaret, que no se menciona en ninguna parte del antiguo testamento. Esa descripción no puede ser más contrastante con la grandeza de Jerusalén y el esplendor de su Templo, donde habitaba Dios y donde se describió “la anunciación a Zacarías”, quien quedará mudo por no aceptar el mensaje de parte de Dios.
“La virgen”
El Ángel se dirige a una virgen. No debemos entender virgen con nuestra mentalidad actual. No tiene que ver con lo biológico. Alude a la fidelidad a Dios en contraste con la rebeldía del pueblo. María representa la total fidelidad a Dios del pueblo sencillo. Hilando más fino, María es el paradigma de la total disponibilidad a Dios, lo que se refleja admirablemente con su bello consentimiento: “hágase en mí según tu Palabra”, con alusión a la Palabra creadora de Dios en el Génesis que todo lo engendra para siempre y en todo momento. En un sentido espiritual más actual, la ‘virginidad’ es la desapropiación del yo, que permite que Dios (la Vida, el Misterio) pase a través de nosotros, de nuestra ‘forma’ individual, que es cauce o canal por el que se expresa, según la muy lograda expresión de Jean Sulivan: “Jesús es lo que acontece cuando Dios habla sin obstáculos en un hombre“.
El Ángel saluda a María diciendo: “Alégrate, llena de gracia”. Nuevamente aplicar aquí nuestra noción teológica de gracia tiene poco o nada que ver, porque también es una elaboración muy posterior. El verbo griego “kejaritomene” quiere decir que María le ha caído en gracia a Dios. Por eso algunas traducciones dicen: muy favorecida o agraciada.
La continuación del relato con el anuncio de la concepción virginal de un hijo: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús; etc.” no pretende aclarar nada en el sentido biológico. En la antigüedad y en el relato mítico, “ser Hijo” significa tener por modelo al Padre. Jesús no puede tener por modelo a un padre humano, porque tendría la obligación de imitarle y obedecerle. Para Jesús el modelo de Padre será Dios. Lo divino en Jesús se manifestará en su humanidad, en su acogida sin reserva de los pobres, marginados, enfermos, pecadores, devolviéndoles su dignidad humana. Esa cercanía misericordiosa es precisamente obra del Espíritu, pues “el Espíritu es el que da Vida, la carne no vale para nada” (Jn 6, 63). Aquí tocamos lo más fundamental del preciado misterio de la encarnación. No se trata de una anomalía biológica sino de Dios en nosotros y en todo ser humano y del Espíritu que nos invita a propender la inigualable dignidad para todos los seres humanos sin excepción. Una vez más, el Dios de Jesús cambia el Dios de los teólogos, de la doctrina y de la catequesis.
“La Buena Nueva”
Tal vez el mayor desafío para la vitalidad de la transmisión de la fe es pasar de la percepción de un Dios desde afuera a un Dios desde dentro. Un Dios que se formula en un concepto o una idea es un ídolo. La anunciación a María es la ‘Buena Nueva’ de Dios encarnado en todo ser humano. Es un cambio copernicano respecto al Dios del antiguo testamento. Un Dios que nos salva no por la muerte de su propio Hijo, sino desde dentro de cada uno, desde el Espíritu que salva y vivifica y adquiere su visibilidad y forma histórica en la práctica del amor-caridad.
“Hágase en mí según tu palabra”, pues “hacer lo que Dios quiere es querer lo que Dios hace”. Solamente podemos querer lo que Dios hace en la medida que salgamos de nuestro “propio querer e intereses” para entrar en la misma actitud vital y existencial de María y de Jesús, es decir “en todo amar y servir”. Apenas “el Ángel se alejó”, María “se levanta y parte sin demora”… a acompañar a Isabel de edad avanzada y con embarazo de seis meses. Amar y servir es un ideal que está al alcance de todo ser humano, pues solo es vivir el presente con la aceptación completa de todo lo que aparece en él.
“No se haga mi voluntad sino la tuya”
En una especie de inclusión con la escena de la anunciación a María, al final de su evangelio Lucas pone en boca de Jesús esas palabras durante su agonía en el huerto: “no se haga mi voluntad sino la tuya”. La muerte de Jesús es el paradigma por excelencia de la muerte total a sí mismo. Muerte que viene a ser plenitud de vida que se expresa en la resurrección. En otras palabras, el que renuncia a todo, lo consigue todo.
Invito a celebrar y vivir el mes de María a partir de lo que nos escribe tan maravillosamente el evangelio de Lucas. Y así dispongamos a entrar en la actitud de María para ser auténticos discípulos de Jesús.
Padre Julio Stragier s.j.